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ROCCHIO, et al. - Convivir en la ciudad: Una reexión sobre la percepción de inseguridad en el espacio público. pp. 3-13 ISSN:1390-5007
Resumen:
Este artículo reexiona sobre la percepción de inse-
guridad en el espacio público en Ecuador, sea este
físico o virtual, con enfoque en la ciudad de Quito. El
objetivo es especular sobre la incidencia que tiene la
ciudad como espacio de convivencia y de interacción
interpersonal, en las formas de conducta vinculadas
a la delincuencia. Así, se aporta nuevas reexiones
sobre la importancia de pensar las premisas teóricas
que deben ser consideradas para la conformación del
espacio público. La investigación se lleva a cabo de
forma reexiva, mediante la observación del contexto
ecuatoriano. El caso de estudio se desarrolla en Quito,
en Ecuador, tras el aumento de percepción de inse-
guridad y el aumento de criminalidad que vive el país.
Esta situación ha sido propicia para la aplicación de
los métodos cualitativos de comprensión del fenóme-
no y la consiguiente reexión sobre lo que representa
el espacio en un contexto de inseguridad. El desenla-
ce de la investigación evidencia la importancia de la
materialización de los conceptos de apropiación del
espacio y cómo estos deben ser seleccionados sobre
la base de las necesidades, reales y objetivas, de so-
cialización entre los usuarios. También se hace notar
cómo, para la denición de un espacio percibido como
seguro, el monitoreo no se lo debe entender como con-
trol sino como herramienta de análisis para la mejora
del contexto espacial. Así, esta investigación contri-
buye a identicar las variables y las características de
un espacio seguro y aporta nuevas reexiones en la
comprensión de la inseguridad desde la percepción
de la misma.
Palabras claves: ciudad, inseguridad, espacio público,
convivencia, percepción, Ecuador.
Abstract:
This article reects on the perception of insecurity in
public space in Ecuador, whether physical or virtual,
with a focus on the city of Quito. The objective is to
speculate on the impact that the city has as a space
for coexistence and interpersonal interaction, on the
forms of behavior linked to crime. Thus, new reections
are provided on the importance of thinking about the
theoretical premises that must be considered for the
formation of public space. The research is carried
out reexively, through observation of the Ecuadorian
context. The case study takes place in Quito, in Ecuador,
after the increase in the perception of insecurity and
the increase in crime that the country is experiencing.
This situation has been conducive to the application of
qualitative methods to understand the phenomenon and
the subsequent reection on what space represents in
a context of insecurity. The outcome of the research
shows the importance of the materialization of the
concepts of appropriation of space and how these
should be selected based on the real and objective
needs of socialization among users. It is also noted
how, for the denition of a space perceived as safe,
monitoring should not be understood as control but as
an analysis tool for improving the spatial context. Thus,
this research contributes to identifying the variables
and characteristics of a safe space and provides new
reections on the understanding of insecurity from its
perception.
Keywords: city, insecurity, public space, coexistence,
perception, Ecuador.
1
Daniele Rocchio,
2
Fernando Xavier Bustamante Ponce,
3
María Carolina Baca Calderón
1
LL LiminalLab - Espacios Intermedios (grupo de Investigación), Facultad de Arquitectura y Urbanismo,
Universidad UTE. daniele.rocchio@ute.edu.ec. ORCID: 0000-0002-0414-8681
2
Laboratorio de Estudios Sociales Multidisciplinarios, Universidad UTE. fernando.bustamante@ute.edu.ec.
ORCID: 0000-0001-8828-7728
3
Investigadora independiente. baca.carolina@gmail.com. ORCID: 0009-0008-3221-4106
Convivir en la ciudad: Una reexión sobre la
percepción de inseguridad en el espacio público
Living in the city: A reection on the perception of insecurity
in public space
EÍDOS N
o
23
Revista Cientíca de Arquitectura y Urbanismo
ISSN: 1390-5007
revistas.ute.edu.ec/index.php/eidos
Recepción: 31, 10, 2023 - Aceptación: 24, 11, 2023 - Publicado: 01, 01, 2024
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ROCCHIO, et al. - Convivir en la ciudad: Una reexión sobre la percepción de inseguridad en el espacio público. pp. 3-13 ISSN:1390-5007
Figura 1. La soledad de los espacios físicos y digitales
Digital ART + IA Midjourney.
Fuente: D. Rocchio.
1. INTRODUCCIÓN
En los últimos años, Ecuador ha
sido testigo de un notable aumento en
la actividad criminal, que ha ejercido un
impacto substancial sobre la seguridad
y bienestar de sus ciudadanos (El Co-
mercio, 2021; El Universo, 2023; Infobae,
2023). Este incremento se ha manifesta-
do de manera alarmante en un aumento
signicativo de los homicidios, así como
en un crecimiento pronunciado de los
delitos comunes, tales como asaltos,
robos, secuestros, agresiones y hurtos.
Asimismo, episodios de violencia en las
instituciones penitenciarias, junto con
conictos y ajustes de cuentas protagoni-
zados por organizaciones delictivas, han
provocado un considerable número de
víctimas humanas, en ocasiones crean-
do condiciones que semejan un entorno
bélico en ciertas regiones del país. Cabe
destacar que este artículo no se adentra
en un análisis exhaustivo de las causas
subyacentes de este fenómeno, pero re-
sulta imperativo reconocer que se trata
de un problema complejo y polifacético,
que se origina a partir de la interacción
de una multiplicidad de factores.
Cada tipo de delito y sus causas
deben estudiarse de manera diferenciada
y especíca, ya que no todos los crímenes
son iguales ni tienen el mismo origen. La
naturaleza y el origen de un delito pueden
variar considerablemente, lo que requiere
enfoques psicosociales, criminológicos y
antropológicos distintos. Sin embargo, uno
de los factores clave que inuyen en una
amplia gama de comportamientos delicti-
vos es la estructura de los asentamientos
humanos y la forma en que las personas
interactúan con el espacio que habitan.
La sociología urbana y el urbanis-
mo han investigado durante décadas el
impacto de la estructura de los asenta-
mientos urbanos en el comportamiento
colectivo. Se reconoce que la forma en
que los seres humanos se relacionan con
el espacio, y entre a través del espa-
cio, es fundamental para comprender los
comportamientos que afectan a la segu-
ridad pública.
En este contexto, este artículo
abordará la importancia del espacio -
blico como un elemento fundamental en la
percepción de la inseguridad en Ecuador.
Explorará cómo la conguración y el uso
de los espacios públicos inuyen en la se-
guridad ciudadana y cómo estas formas, a
su vez, son moldeadas por los desafíos de
seguridad a los que se enfrentan los habi-
tantes y sus estrategias para abordarlos.
Se examinará las diferencias en la percep-
ción de la violencia y la inseguridad entre
hombres y mujeres, destacando la violen-
cia de género en el espacio público.
Además, se analizará cómo el reti-
ro de las personas del espacio público en
busca de seguridad se traduce en la de-
pendencia de la vida digital y cómo esta
aparente solución plantea nuevas preo-
cupaciones en términos de privacidad y
seguridad cibernética, poniendo como
elemento de consideración la implementa-
ción de sensores o sistemas de monitoreo
en el espacio público. El artículo también
explorará la contradicción de buscar se-
guridad en espacios privados, en un con-
texto en el cual las instituciones públicas
se perciben como inecaces en la provi-
sión de protección, lo que ha llevado a un
auge en la seguridad privada.
En última instancia, se pretende
abordar las complejas dinámicas que ro-
dean la relación entre la percepción de
inseguridad, el espacio público, la privati-
zación de la seguridad y cómo estas inte-
racciones inuyen en la vida cotidiana de
los habitantes de Quito, una ciudad que
enfrenta desafíos signicativos en términos
de seguridad y convivencia ciudadana.
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2. REFLEXIÓN SOBRE LA SITUACIÓN
ACTUAL
En años recientes el Ecuador se ha
visto afectado por un acelerado aumento
de la criminalidad. Esta se traduce en un
espectacular auge de los homicidios, pero
también por el crecimiento del delito co-
mún: asaltos, robos, secuestros, agresio-
nes hurtos, violencia intrafamiliar (Carrión
Mena, 2023), etc. De manera más trágica,
las masacres carcelarias y los ajustes de
cuentas entre bandas de crimen organiza-
do han producido numerosas víctimas y,
por momentos, una situación casi bélica
en algunas regiones del país.
Estos hechos deben ser vistos
como multicausales (resultado de la ope-
ración de varios factores que operan
asociadamente, en algunos casos o pa-
ralelamente en otros). Por otra parte, es
necesario tener presente que un mismo
delito, aunque puede ser formalmente
igual, puede ser, en distintos casos, de
naturaleza y origen diferente: no es lo mis-
mo un asesinato resultante de una trifulca
familiar, que el ajuste de cuentas entre dos
bandas de crimen organizado transnacio-
nal. El resultado podría llegar a un mismo
epílogo: una muerte. Pero, todo el proceso
y el signicado fenomenológico de ambos
crímenes son muy diferentes y requieren
de tratamientos psicosociales, criminoló-
gicos y antropológicos muy diferentes.
Por cierto, un estudio más riguro-
so del problema requiere que se estudie
cada tipo de delito y cada aljaba de cau-
sas de manera diferenciada y especíca.
Esto, obviamente, es decisivo a la hora de
proponer políticas públicas y respuestas
sociales frente a cada tipo de delito.
Sin embargo, no solo es el caso
que distintos tipos de delito pueden tener
diferentes causas, ni que un mismo deli-
to puede ser el resultado de la operación
de varios factores, sino que también, un
mismo tipo de variables pueden tener in-
cidencia en una amplia gama de fenóme-
nos o acciones. Uno de estos factores, de
consecuencias ramicadas, es la estruc-
tura de los asentamientos humanos y la
manera, forma y estilo de habitar.
La sociología urbana y el urbanis-
mo han sido las disciplinas de análisis y
estudio (desde la Escuela de Chicago),
del impacto que la estructura de los asen-
tamientos urbanos tiene en las conductas
colectivas (Burguess y Bogue, 1967; Park,
1999). Más especícamente, estas disci-
plinas han desarrollado un cuerpo de co-
nocimientos relevante sobre la importan-
cia de la vida urbana y las modalidades de
desarrollo y organización de los espacios
públicos en la promoción o inhibición de
conductas criminales. Por ejemplo, a este
respecto, se puede citar los importantes
trabajos de Jane Jacobs y Richard Senne-
tt, que han permitido desarrollar hipótesis
fructíferas sobre la conexión entre hábitat
y seguridad, entre hábitat y criminalidad o
ausencia de criminalidad (Jacobs, 1993;
Sennett, 1992).
En suma, a estas alturas se consi-
dera que la forma, uso, estructura de las
relaciones que los seres humanos esta-
blecen con el espacio, y entre a través
del espacio, son muy importantes a la hora
de realizar cualquier intento explicativo de
las conductas humanas que inciden en la
producción del bien público seguridad.
Por cierto, no se pretende sostener que
este sea el único factor a tener en cuen-
ta; pero, una etiología de la delincuencia y
una pragmática de su control y/o preven-
ción no pueden excluir los factores liga-
dos al uso del espacio y la construcción y
monitoreo del hábitat.
3. EL ESPACIO PÚBLICO COMO
SINÓNIMO DE INSEGURIDAD
En el caso del Ecuador, el actual
pánico social frente al crimen y la violen-
cia, no ha dado lugar a un debate parti-
cularmente atento respecto a la incidencia
que tiene la ciudad como espacio de con-
vivencia y de interacción interpersonal, en
las formas de conducta vinculadas a la de-
lincuencia. La causalidad va en doble sen-
tido: las conductas determinan una forma
de construir, desarrollar, estructurar, utili-
zar y concebir los espacios. De particular
interés es la situación del espacio público,
o las interfases entre el espacio público y
los espacios privados y semiprivados. La
seguridad está condicionada por las for-
mas de uso, gestión y conformación de los
espacios colectivos e individuales, y a su
vez, estas últimas formas, se ven afecta-
das por los desafíos de seguridad que los
habitantes enfrentan.
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No se pretende armar que los es-
pacios privados o semiprivados no pue-
dan ser escenarios y factores a tener en
cuenta a la hora de describir las formas
y tipos de inseguridad que las personas
sufren. Es de más sabido que muchos ti-
pos de violencia ocurren especícamente
en los espacios privados o son facilitados/
posibilitados por las formas de conformar
o usar estas áreas privadas. Ejemplo de
ello son las altas tasas de femicidio y vio-
lencia contra la mujer (Cazar-Cárdenas,
Paredes-Fuerte, 2023).
Sea en el espacio público o pri-
vado, la violencia es una conducta social
y un fenómeno estructural. Pero, particu-
larmente, en el espacio público y semi-
público son varias las formas en que se
maniesta, pues no está alejado de la des-
igualdad y de la violencia de género que
caracteriza a la sociedad. La violencia e
inseguridad urbana tienen diferentes ries-
gos y connotaciones para hombres y mu-
jeres, lo que amerita una mirada respec-
to de las violencias que afectan a ambos
sexos y, a la vez, agrega nuevas condi-
ciones especícas para las mujeres. Por
ejemplo, las agresiones sexuales produci-
das en medios de transporte y en el es-
pacio público a través de piropos, acoso
y hasta conductas que constituyen abuso
sexual, son violencia de género.
Dicho lo anterior, no es posible
soslayar el hecho de que una buena parte
de los problemas de seguridad, motivo de
preocupación para la población, hoy en día
existe en el espacio público o bien como
escenario o bien como base de operacio-
nes y punto de origen de las amenazas. La
conformación del espacio público determi-
na buena parte de las condiciones bajo las
cuales se efectúan las conductas crimina-
les. En la práctica cotidiana, el espacio -
blico es una zona plagada de terrores y de
amenazas, al punto de que el mero hecho
de tan solo desplazarse por este espacio,
sea visto como un acto audaz y casi teme-
rario. En contraparte, el espacio privado
es visto como un refugio que proporciona
algún grado de seguridad, aunque cada
vez más se lo vive, usa y equipa como for-
taleza sitiada, como campo atrincherado,
como baluarte que es preciso blindar con
todos los recursos disponibles, al margen
de cualquier norma, reglamento, derecho
de terceros o limitación legal.
En este punto parece enseñorear-
se una especie de ética cívica de estado
de naturaleza, que justica la autoayuda
como ultima ratio moral de la propia pro-
tección. Al habitante radicalmente amena-
zado todo le está permitido en nombre de
su propia sobrevivencia y de la protección
de algunos derechos básicos, un núcleo
duro de derechos mínimos que no van
mucho más allá de los que el contractua-
lismo del siglo XVII ya había consagrado
(Fernández García, 1983).
A tal punto se ha llegado a natura-
lizar esta forma de vivir el espacio público,
que olvidamos o ignoramos, que, en tiem-
pos pasados, y todavía en algunas áreas,
pueblos y comunidades campesinas, el
espacio público es el espacio de la socia-
bilidad por excelencia y de construcción
del tejido social a través de la socializa-
ción de las diferencias y alteridades. Es en
la calle donde la gente se encuentra, hace
sus negocios, establece y cultiva víncu-
los, alianzas, actividades lúdicas, ocio y
conversaciones. Esto es lo que hace a los
espacios extramuros de las viviendas par-
ticulares ser precisamente públicos. Su
carácter está dado principalmente por lo
que se hace en ellos, y su realidad física
se entiende como función y mapa de las
actividades que se anclan allí.
Pero, el connamiento sanitario del
2020 y 2021 fue ya una preguración con-
centrada y extremada de lo que el síndro-
me de la inseguridad genera en amplias
poblaciones humanas (Aguirre Sepulve-
da, Escobar Mena, 2022). De manera in-
advertida este retiro del espacio público
exterior, en búsqueda de la seguridad que
lo privado parecería proporcionar, se de-
rrota a si misma. Se intenta reemplazar la
sociabilidad de los espacios o de los lu-
gares en el espacio, por la sociabilidad
en lugares sin espacio. La digitalización
de la vida y por extensión las interaccio-
nes humanas, parecerían, a primera vista,
proporcionar un lugar virtual que expande
aparentemente y colosalmente las interac-
ciones posibles. El espacio público es re-
emplazado por un cosmos completo que
ya no necesita del espacio físico: se puede
estar en todo momento en cualquier lugar,
en cualquier tiempo. De hecho, podría ser
posible estar en universos distintos al mis-
mo tiempo (¿metaverso?).
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Al menos, se puede vivir en la ilu-
sión que ahora se puede disfrutar de un
espacio público sin peligro, que da casi
todo lo que el viejo espacio proporciona-
ba, pero en una escala cosmopolita glo-
bal, libre de las ataduras de lo local, lo
estrechamente parroquial, de la cercanía
geográca. En esta asepsia del peligro
que el otro ha terminado por representar
en su realidad física e inmediata, se des-
cubre que incluso la mera existencia car-
nal y corporal del otro ser humano es peli-
grosa: la pandemia convirtío, por ejemplo,
a cada uno y a cada cual en un riesgo
mortal por el solo hecho de existir física-
mente. Esto refuerza la tendencia cada
vez más generalizada de que toda reali-
dad humana carnal puede ser fuente de
terrores y de peligros, así como a hacer de
los humanos un germen de amenazas por
el solo hecho de serlo. La presunción de
inocencia es reemplazada por la presun-
ción de peligrosidad (Bude, 2017).
Es aún más curioso que, al alejar-
se del espacio público, se fortalece el en-
cierro en el espacio privado, pero siempre
con la pronta conectividad que brinda In-
ternet, lo cual, de manera ilusoria, abre la
puerta a lo público virtual, a la información
de fácil acceso e incluso a la inteligencia
articial y a la realidad aumentada. Nave-
gar da la sensación de estar afuera, pero
no en la calle.
Desgraciadamente, creer que en
la existencia en el claustro virtual se ha
logrado la seguridad de un mundo priva-
do uterino libre de los miedos del espa-
cio público, resulta ilusorio, pero no es
tan evidente. En efecto, la web no es un
mundo privado: ella está sometida a in-
vasiones y brechas generalizadas y más
potentes que las que podría lograr el más
audaz de los ladrones. La red permite, a
quienes tienen la destreza, tecnología y
recursos, todas las capacidades que no
se hallan equitativamente distribuidas, y a
apoderarse de la vida entera de quienes
han transferido su existencia a las mora-
das digitales.
El ciudadano cree haberse asegu-
rado, rodeando su lugar de residencia con
alarmas, cámaras y guardias, para poder
sumergirse en un mundo hiperprivado, li-
bre de incursiones. Pero no percibe que
ahora está siendo asaltado 24/7 y que los
asaltantes tienen acceso a más que al
efectivo de su billetera: los múltiples asal-
tantes se apoderan de todos sus datos
personales, de cada una de sus acciones,
en un sistema de vigilancia de mil cabe-
zas, que lo despoja ya no de un bien ma-
terial discreto sino del conjunto de la vida,
de los actos, de los pensamientos, de las
palabras, de las imagines: ahora se trata
de un asalto continuo, permanente, inago-
table, completo y totalizante. Ahora los da-
tos valen más y tienen más consecuencias
que cualquier billete, joya o aparato que
el ciudadano pueda portar por la calle. El
dato es el valor más decisivo en la vida
de las personas, y estos datos son perpe-
tuamente conscados a través de la pre-
sencia digital. Se han salvado los muebles
de la casa, pero la existencia completa del
habitante ha quedado entregada a un pú-
blico sin rostro y de insondables poderes.
Ahora el punto no es arrebatar cosas, el
punto es el saber sobre la víctima, porque
todo lo que se sabe de alguien o de algo,
signica poder sobre ese alguien o ese
algo, por parte de quien sabe; peor aún
si ese poder es asimétrico: el sabido no
sabe nada o muy poco de quien lo sabe
(Castells, 2004).
Aunque psicológicamente un cu-
chillo en la garganta parece ser mucho
más traumático, las consecuencias a largo
plazo, en términos de pérdida de mis-
mo, de la autonomía, libertad, intimidad,
pertenencia y poder sobre sí, son inni-
tamente más graves en la presunta priva-
cidad del mundo digital. Solo que, como
anteriormente dicho, la víctima no siente,
no sabe, no percibe cómo la gigantesca
araña de la red absorbe toda su existen-
cia y se la expropia haciéndose de todo el
poder sobre su víctima. Al menos al delin-
cuente común existe la posibilidad de ver
y entablar una relación (por distorsionada
que esta sea) con otro que es como yo,
una alteridad corpórea, humana y de car-
ne y hueso.
El ciberespionaje y la ciberexpro-
piación, el ciberpoder y la cibermanipu-
lación ameritan una reexión en términos
de derechos (Tapia Hernández, Ruiz Ca-
nizales, Vega Páez, 2021), en cuanto se
llega hasta una conscación de lo que tie-
nen las personas, probablemente de una
magnitud mucho más grande que cual-
quier asalto callejero, pero al mismo tiem-
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po, inconmensurablemente menos sensi-
ble y por ello mismo más fácil de aceptar,
digerible y normalizable. Se habla así de
un delito perfecto, que cuenta con la ab-
soluta anuencia, conformidad e incluso
deleite de la víctima. Una víctima que no
necesariamente llega a saberse tal, o que,
cuando se sabe tal, es en otro tiempo, su-
cesivo, y de maneras que no son fáciles
de conectar por casualidad con los pro-
cesos de penetración digital en su mundo
de vida, o en lo que de ese mundo de vida
aún no este colonizado de inmediato, rea-
lizado y desarrollado en el espacio virtual.
Con el metaverso, esta distinción comen-
zará a borrarse: ¿Cuál es o será la verda-
dera vida, la realidad eminente que los
fenomenólogos adscribían al mundo de la
existencia cotidiana, en donde se desarro-
lla el sensu comunis de la sociabilidad?
En suma, la retirada del espacio
público material, físico, en búsqueda de
protección ante los peligros que mero-
dean en él, encierra al ser humano en un
mundo privado claustral. En este nuevo
gran encierro, (Foucalt, 1961) buscamos,
con desesperación, reestablecer la cone-
xión con el mundo de la vida común, de
la interacción, de la presencia, y para ello
recurrimos a la manzana paradisiaca de la
vida virtual. Sin embargo, este restableci-
miento digital de lo social entraña, de for-
ma subrepticia, la conscación de mucho
de lo que queríamos proteger con la reti-
rada. Tratando de preservar vida, salud y
propiedad, terminamos perdiendo formas
de propiedad y de vida mucho más cen-
trales y decisivas que las rapiñas perifé-
ricas de la delincuencia común. Y no se
trata tan solo, ni de manera principal del
ciberdelito o de las estafas que acechan
a los incautos que pueblan la red. Se tra-
ta de algo aún más fundamental: el hecho
de que la red misma es un dispositivo de
desposesión del mismo de las perso-
nas, por el cual toda la existencia, incluso
en sus más recónditas intimidades, pasa
a ser apropiada por los dueños, porteros,
vigilantes y parásitos del intermundo (Cas-
tells, 2009).
Quién sabe si no existe un juego
de suma cero, entre el Internet y el es-
pacio público material. Quienes protan
de la captura de la atención humana en
la red, desarrollan un interés objetivo en
sacar a la gente de las interacciones en
el espacio de la ciudad. El espacio urba-
no debe hacerse lo más hostil y peligroso
posible, a n de forzar a las personas a
refugiarse en la ciberinteracción y quedar
allí atrapadas. Por ello se dan estrategias
que incluso colonizan desde la virtualidad
el espacio público, penetrando en las in-
teracciones cara a cara, con dispositivos
que de manera continua tientan a las per-
sonas a no prestarse atención, captura-
das como se hallan por el dispositivo. Por
ejemplo, la frecuente experiencia de per-
sonas que cenan en un restaurante y cada
una de ellas interactúa con su respectivo
dispositivo móvil y no con los contertulios:
su presencia compartida se ha reducido
a una mera vecindad física, más no a una
co-presencia social.
Al margen de si existen intereses
materiales concretos interesados en va-
ciar el espacio público físico de la ciudad,
es necesario, sin embargo, hacer aún tres
cosas: primero, describir las formas en
que se produce la reestructuración del es-
pacio urbano, a partir de una forma de ha-
bitar previa, a la que podríamos nombrar
como la forma basal heredada de los pro-
cesos formativos de la sociedad y del -
bitat hispano-absolutista y sus persisten-
cias republicanas; en segundo término,
mostrar cómo esas formas físicas mapean
determinadas relaciones sociales, econó-
micas y culturales; y, en tercer término,
cuáles serían las fuerzas y causas que
empujan ese proceso de reestructuración
hasta las formas actuales, señaladas por
el espacio público como presencia del
miedo/sospecha.
Por cierto, también se podría rea-
lizar el mismo ejercicio de mapeo con las
nuevas formas de utilización y conforma-
ción del espacio público, y mostrar cómo
esta reestructuración denota, asimismo,
una nueva constitución de las relaciones
sociales predominantes.
4. QUITO, LA CIUDAD QUE CREA
TRINCHERAS URBANAS
Durante la primera mitad del siglo
XX, la ciudad se opuso frente a lo rural y
al campo. Así surgieron las ciudades andi-
nas, como resultado de las estrategias co-
loniales de control territorial y administra-
ción de las poblaciones indígenas. Todo
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esto dio lugar a procesos de movilidad
social y a cambios en los sistemas de re-
presentación y en la vida cotidiana. Quito
no es la excepción.
Quito es una ciudad culturalmente
plural donde conviven y se enfrentan dis-
tintos sujetos sociales. Es una ciudad de
alteridades (Hernández Gutiérrez, 2013).
Se trata de un contexto donde se entrecru-
zan e interactúan historias de vida, memo-
rias, fortunas y desgracias. También es un
espacio de constante enfrentamiento, aun-
que simbólico, entre migrantes, mujeres,
niños, jóvenes y adultos, calles y automóvi-
les, centros comerciales y parques, las pe-
riferias y las altas zonas residenciales. En
la actualidad, todos sus habitantes viven
con miedo a la consabida inseguridad.
Quito es susceptible de varias in-
terpretaciones, no tiene un sentido único.
Es una ciudad estraticada en sus edica-
ciones, abollada de automóviles y motoci-
cletas, y también es patrimonio natural y
cultural. Es un centro político y de conicto
y protesta social.
Quito no es una ciudad para pea-
tones, es la ciudad del fortalecimiento del
espacio privado, y con suerte, semipri-
vado. Una mirada rápida a la ciudad de
norte a sur, evidencia la proliferación de
centros comerciales, locales comerciales,
debilitadas y mal mantenidas paradas de
buses, bancos, restaurantes, instituciones
públicas, parqueaderos, edicios de co-
mercio y vivienda y unos pocos parques.
Las casas que sobreviven pronto serán
consumidas por la ola inmobiliaria, que
sube y baja. La ciudad no tiene continui-
dad ni grandes aceras para los peatones.
Existen barrios residenciales estratica-
dos que con suerte tienen parques o ligas
barriales en buen estado. No obstante, el
centro histórico de la ciudad, en el plano
simbólico, nada marca o llama de manera
particular a la identidad de la ciudad qui-
teña y de su gente.
El comercio ambulante, así como
personas en situación de calle, son otras
de las características de la ciudad. Las
personas vendedoras han aprovechado la
posibilidad de la interacción con la gen-
te para encontrar un ingreso económico
al comercializar cualquier cosa, mientras
en los semáforos, familias de nacionalidad
principalmente venezolana piden, con un
cartel, limosna a los conductores de los
autos y algunos niños, de aquellos que de
forma injusta no van a la escuela, hacen
malabares con pelotas de tenis con la es-
peranza de obtener una moneda. Cada
vez con mayor frecuencia, asoman en las
esquinas artistas en decadencia para to-
car un instrumento o cantar una canción
con un sombrero oscuro en la acera a la
espera del sonido de unos centavos que
chocan con el suelo.
A pesar de la violencia, es un he-
cho que las personas transitan el espa-
cio público. La calle viva, llena de gente,
debe incorporar aceras amplias y activas,
lo cual, por ejemplo, se puede observar
en el bulevar de las Naciones Unidas. Sin
embargo, en la actualidad, los puntos de
encuentro, que favorezcan la realización
de diferentes actividades, no están en la
calle, sino en los centros comerciales que
son lugares semipúblicos, de propiedad
privada. La gente que camina por el bu-
levar no encuentra asientos con sombra o
espacios de estancia que propicien zonas
de descanso dentro del particular sol qui-
teño de medio día, y menos aún hay es-
pacios de socialización. A pesar de que
los pasos cebra están bien diferenciados,
los semáforos no tienen en cuenta tiempos
lentos, sino que están adecuados a una
movilidad rápida; por ejemplo, no se con-
sidera la velocidad peatonal de mujeres
que van con sus hijos pequeños en brazos
o en coche, embarazadas o que utilizan
tacones y no hay consideración alguna
tampoco para las personas con diferentes
capacidades.
Quito no es una ciudad que se la
disfrute caminando. El Centro Histórico
que hoy tiene una transformación turísti-
ca, y los habitantes, tristemente, poco a
poco, han preferido salir de allí, o los bu-
levares como el de las Naciones Unidas
que son un sitio de tránsito, son lugares
de no encuentro en el espacio público.
La ciudad no ofrece seguridad o, mejor
dicho, no crea las condiciones para sen-
tir seguridad. Entonces, lo que sucede es
que las áreas residenciales se aíslan, se
encierran y según el capital económico
y social, se organizan para garantizarse
seguridad privada, con lo cual se pierde
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la vida de barrio que incluye cuidados
mutuos y solidarios.
El terror a la criminalidad impulsa
el abandono de los espacios públicos y
del barrio, que es otra sede de la socia-
bilidad. No se trata en este caso del gran
encierro que describe Foucault (Foucalt,
1961), reriéndose a la decisión absolutis-
ta de crear el asilo o manicomio: espacio
cerrado donde se concentran las perso-
nas denidas como alienadas. Es la gu-
ra inversa: ahora son solo los enajenados
(temerarios, imprudentes, inconscientes)
quienes se quedan y se atreven aún, pre-
cisamente en la medida de su locura, a
poblar el espacio público.
En cambio, es cosa de cuerdos y
cosa prudente, razonable, propia de per-
sonas capaces de autocuidado, el que-
darse en casa protegidos por dispositivos
que son el reverso de los dispositivos de
la prisión: estos antes se volcaban hacia
adentro del espacio para evitar que el
interior contaminara y amenazara el ex-
terior. En cambio ahora, las murallas, cer-
cas, alambres de púas, cadenas, alarmas
y todas las mejoras que la imaginación o
tecnología ha introducido para actualizar
los antiguos y sórdidos dispositivos pa-
nópticos (no es casualidad que una de las
herramientas predilectas del nuevo ciuda-
dano encerrado, sean precisamente las
cámaras de seguridad que constituyen un
multiplicador potente de los ojos del cen-
tinela), se vuelcan hacia afuera, previnien-
do la contaminación del adentro por la lo-
cura, sinrazón y peligro de lo externo. Este
nuevo gran encierro es el imago en espejo
del de la época de Luis XIV: ahora los sa-
nos, sensatos, honorables están aislados,
y el amenazante mundo de la sinrazón se
apropia de la ciudad y de los espacios,
donde merodea lo inquietante y lo temible.
Pero surgen nuevas paradojas en
la quiteñidad: la retirada hacia los espa-
cios privados se acompaña de una deses-
tatalización de la protección. Y son pocos
quienes depositan su conanza en que
las instituciones públicas estén en condi-
ciones de proporcionar la protección es-
perada. El voto de desconanza hacia el
Estado se expresa en la explosión vertigi-
nosa de la seguridad privada. Esta puede
ser mercantil, por la vía de la contratación
de personal armado/uniformado, los guar-
daespaldas personales o grupales, o ser-
vicios de auxilio y emergencia empresa-
riales; o bien, para quienes carecen de los
medios para comprar ayuda, el desarrollo
de comités de vigilancia barriales, alarmas
comunitarias, guardias o rondas comuni-
tarias, proto-milicias étnicas o comunales
o el desarrollo de guardias informales que
ejercen funciones paraestatales (vacunas,
extorsión, cuotas etc.), y se proporcionan
servicios en un espacio de mercado negro
de la seguridad. Tal vez, y sin proponér-
selo, estos grupos más o menos armados,
son pequeños embriones de Estado, que,
si hemos de creer a autores como Charles
Tilly, muestran la verdad profunda y oculta
del origen del Estado como una organiza-
ción extorsiva (Tilly, 2002). Las vacunas,
cada vez más cercanas a Quito, no son
sino el rostro incipiente y de pie descalzo
de los impuestos: la sacrosanta columna
vertebral de la capacidad estatal para
ejercer un poder coercitivo preeminente
en su jurisdicción.
La privatización de los espacios
y la privatización de la seguridad, ahora
con rumbo al digital y a la inteligencia arti-
cial, van de la mano y ahondan el vacia-
miento del ámbito público y del espacio
público. Pero, las contradicciones no ter-
minan allí. Las personas y las familias, o
lo que queda de la organización familiar,
se atrincheran en espacios de clausura y
buscan protegerse en la privacidad. Hay,
sin embargo, una necesidad psico-antro-
pológica de sociabilidad. Las mínimas fa-
milias contemporáneas, encerradas en los
espacios cada vez más claustrofóbicos
que la especulación inmobiliaria va deter-
minando, no ofrecen esa salida social, no,
al menos, en grado suciente. Peor aún,
una sociabilidad enclaustrada y sobre la
cual se ciernen paredes asxiantes y as-
xiadas, transforma a la convivencia en
un calvario psicológico, en una forma de
tortura penitenciaria o en una realización
distopíca de la oscura fantasía sartriana,
que dene al inerno como la forzada y
perpetua presencia de los demás (Conde,
2020).
Para más prueba basta remitirse a
los efectos traumáticos que los perversos
connamientos impuestos durante la últi-
ma pandemia Covid-19 desencadenaron
en las poblaciones afectadas (Ballena et
al., 2021). No es este el momento de ha-
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cer la lista detallada y pormenorizada de
estos impactos, pero queda claro que la
profunda perturbación de la sociabilidad
tuvo consecuencias dramáticas en la se-
guridad, en la violencia, en la destrucción
del tejido social y familiar, en la calidad de
la convivencia humana y, por supuesto, en
la denición misma de espacio público de
agregación.
5. DISCUSIÓN
Cabría culminar estas reexiones
preguntándonos sobre posibles futuros al-
ternativos: ¿Existe una ciudad posible no
distópica, que permita volver a constituir
lo público en el espacio y el espacio como
público? O sea, retomar la vieja tradición
fundante de la ciudad como lugar de en-
cuentro, de diálogo, de convivencia, de
civilidad y de creación cultural. Por cierto,
se debería, en tal caso, mostrar por qué el
retorno del espacio público, del espacio
de la cive, del ágora, de la plaza, no es
simplemente una nostalgia sin esperanza
y un propósito meramente reaccionario.
Ante esta inquietante posibilidad
se puede contraponer la alternativa: una
ciudad dividida en tres espacios: un es-
pacio teóricamente público, convertido en
baldío incógnito televigilado y administra-
do desde el 911; unos espacios privatiza-
dos, como resultado del esfuerzo de las
personas y de las familias por expandir el
ámbito de su putativa seguridad y gestio-
nado por una seguridad privada cada vez
más armada y numerosa; y, nalmente un
espacio pretendido como privado, cibervi-
gilado y administrado por los servicios de
inteligencia globales y las grandes empre-
sas digitales.
Más aún, es posible que a esta
división tripartirta de la futura ciudad
(¿distópica?) se agreguen los metaver-
sos y las realidades paralelas, las cuales
constituyan una privacidad de segundo
orden: unas vidas análogas que comple-
menten, substituyan o reemplacen a la
vida de la antigua realidad eminente co-
tidiana (Schutz, 2008). Pero, este cuarto
ámbito no ofrece garantía alguna de que
no será sino expansión de la privacidad
vigilada y que no implicará una ulterior
y radical deslocalización y desmateria-
lización post-espacial de la vida social.
¿En qué sentido puede aún haber ciu-
dad en un universo donde la interacción
se da entre avatares que ya no están en
el espacio físico de los cuerpos, sino en
un postespacio que no tiene más cuerpo
que la densidad de la data?
Estas son las preguntas que nece-
sitamos de manera apremiante enfrentar:
¿hay posible ciudad futura, o debemos
acostumbrarnos a la idea de que, al me-
nos tal como la entendimos históricamen-
te, solo habrá un baldío peligroso cada
vez más abandonado, salvo por los dis-
positivos de control y supervisión? ¿Tiene
aún sentido pensar la interacción humana
en los marcos conceptuales de la polis y
de los cuerpos que la tejen, o se debe en-
tender que los cuerpos ya no son impor-
tantes como puntos focales de encuentro,
y tan solo como plataformas receptoras/
emisoras/almacenadoras de terabits? Y
tal vez, incluso más adelante será, quien
sabe, posible dispensarse de los cuerpos
y trasladar fuera del lugar toda vida huma-
na (Han et al., 2013).
Estas preguntas son por lo general
pertinentes para todo el complejo civiliza-
torio contemporáneo, pero revisten espe-
cial ecacia en el caso de ciudades aque-
jadas por fuertes crisis de seguridad, que
agudizan de forma apremiante la inminen-
cia de las preguntas y de las respuestas
correspondientes. ¿Cómo se puede abor-
dar respuestas a la crisis de la conviven-
cia urbana y de lo público ciudadano, en
el contexto nacional? ¿Es posible ir más
allá de los reejos condicionados de las
reacciones represivas/policiales/carcela-
rias/panópticas? ¿Se puede fundamentar
proyectos de avenencia asentados en la
recuperación de la conanza, la conviven-
cia, la convivialidad y la paz interpersonal?
Pero, para llegar a plantear todo
esto, es necesario iniciar con un trata-
miento de los procesos históricos-trans-
formativos mencionados más arriba: ¿De
dónde viene el contexto socio-espacial?
¿Cómo cambia? ¿Por qué cambia? Y, -
nalmente, ¿Qué es la ciudad ahora y qué
sostiene este estado vigente de cosas?
EL propósito de este artículo, no es agotar
todas estas preguntas, sino iniciar el trata-
miento y consideración de cada un de las
cuestiones por ellas suscitadas.
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6. CONCLUSIÓN
Las reexiones presentadas en
este artículo, sugieren que la inseguridad
en la ciudad ha llevado a un retraimiento
de la vida pública y al fortalecimiento del
espacio privado físico, lo que a su vez ha
tenido un impacto negativo en la sociabili-
dad y la calidad de vida de los habitantes.
Uno de los aspectos clave que
emerge es la percepción generalizada
de inseguridad en el espacio público. Las
personas evitan transitar por áreas urba-
nas, lo que a menudo se percibe como
una zona plagada de terrores y amena-
zas. Este fenómeno reeja la profunda in-
uencia de la inseguridad en la experien-
cia de los ciudadanos y su relación con el
espacio público.
Además, se observa que la priva-
tización de la seguridad se ha convertido
en una estrategia común para las perso-
nas y las comunidades que buscan pro-
tegerse. Esto se maniesta en la prolife-
ración de servicios de seguridad privada,
alarmas comunitarias y comités de vigi-
lancia barriales. Así, la conanza en las
instituciones públicas de seguridad se ha
erosionado, lo que ha llevado a un aumen-
to en la seguridad privada, la autorregu-
lación comunitaria y la vigilancia digital.
Sin embargo, un espacio percibido como
seguro puede apoyarse en el monitoreo,
pero no se lo debe entender como control
sino como herramienta de análisis para la
mejora del contexto espacial.
La relación entre la privatización
de la seguridad y la privatización del es-
pacio público es evidente. Las personas
tienden a refugiarse en espacios cada vez
más cerrados y digitales, lo que disminuye
la sociabilidad y la vida de barrio. La falta
de espacios públicos accesibles y segu-
ros ha contribuido a esta tendencia. Esta
situación plantea preguntas importantes
sobre el papel del Estado en la garantía
de la seguridad y la promoción de la vida
pública en la ciudad.
La inseguridad también ha tenido
un impacto en la sociabilidad. La falta de
espacios públicos acogedores y seguros
ha llevado a un retraimiento de la vida pú-
blica y a una disminución de la calidad de
la convivencia. Esto se observa en la fal-
ta de lugares de encuentro y de estar en
el espacio público y la creciente depen-
dencia de centros comerciales y espacios
semipúblicos como alternativas. Es funda-
mental, en este sentido, repensar el rol del
usuario como un observador que proyecta
el espacio que requiere. Observar y pro-
yectar se unen en un único ejercicio prác-
tico (Rocchio, Domingo Calabuig, 2023),
que tiene como n la apropiación.
Por último, es importante destacar
que la pandemia del Covid-19 exacerbó
estos problemas al imponer connamien-
tos y restricciones que limitaron aún más la
sociabilidad y la interacción en el espacio
público. Esto tuvo efectos traumáticos en
la población y resaltó la importancia de la
sociabilidad y la vida pública en la ciudad.
En resumen, como conclusión, se
subraya la compleja relación entre la in-
seguridad urbana, la privatización del es-
pacio público y la disminución de la so-
ciabilidad en Quito. Estos puntos tienen
implicaciones importantes para la plani-
cación urbana y la formulación de políti-
cas públicas, destacando la necesidad de
promover un espacio público accesible,
seguro y acogedor que fomente la convi-
vencia y la vida de barrio en la ciudad.
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