Journal Information

Title: Tsafiqui UTE
Copyright: 2023, Tsafiqui UTE
Abbreviated Title: Tsafiqui UTE
Volume: 23
ISSN: 1390-5341
Copyright statement: License (open-access,
https://creativecommons.org/licenses/by/3.0/ec/):

Article Information

Date received: 27 Dic 2023
Date accepted: 05 Jun 2024
Publication date: 01 Jul 2024
Publisher: Universidad UTE (Quito, Ecuador)
Pages: 63-73
DOI: https://doi.org/10.29019/tsafiqui.v14i2.1316
https://revistas.ute.edu.ec/index.php/tsafiqui/index



Liderazgo autocrático y (geo)políticas del miedo: un análisis del discurso mediático sobre la Venezuela del siglo XXI

Autocratic leadership and (geo)politics of fear: an analysis of media discourse on Venezuela in the 21st century

Rodrigo Fernando Bruera . Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.


Resumen

El presente artículo reflexiona acerca del discurso mediático de The New York Times de Estados Unidos y El País de España, sobre tres hechos sociales ocurridos en Venezuela en este siglo: el golpe mediático a Hugo Chávez (2002), las protestas que surgieron a un año de la muerte de Chávez (2014), y la reelección de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales (2018). Desde una perspectiva teórica de la cultura y la comunicación, y con los aportes del giro afectivo, se propone identificar los modos mediante los cuales The New York Times y El País despliegan una cultura del miedo respecto a Venezuela y sus principales exponentes. Se utiliza la técnica del análisis del discurso, para analizar todo el material seleccionado, que consiste en 53 artículos periodísticos publicados durante los tres hechos sociales mencionados. Los resultados arrojan la presencia de dos categorías emergentes: primero, lo se ha denominado “liderazgo político autocrático”, asociado a las figuras de Hugo Chávez y Nicolás Maduro; segundo, la existencia de ciertas “(geo)políticas del miedo”, que asocian las relaciones políticas y comerciales de Venezuela con los países del mundo incluidos dentro del “eje del mal”. La principal conclusión a la que se arriba es que los medios, como parte de la estrategia de los grandes conglomerados monopólicos capitalistas, elaboran su discurso junto con la puesta en práctica de una cultura del miedo, que coloca a Venezuela, especialmente a sus referentes políticos de tinte bolivariano, como un país al cual temerle y cuyas políticas hay que evitar.

Abstract

This article reflects on the performativity of the media discourse from The New York Times in the United States and El País in Spain regarding three social events that occurred in Venezuela in this century: the media coup against Hugo Chávez (2002); the protests that arose a year after Chávez’s death (2014); and the reelection of Nicolás Maduro in the presidential elections (2018). From a theoretical perspective of culture and communication, recovering the contributions of the affective turn, it proposes to identify the ways in which The New York Times and El País deploy a Culture of Fear regarding Venezuela and its main figures. Using the discourse analysis technique to examine all the selected material (53 journalistic articles published during the mentioned social events), the results reveal the presence of two emerging categories: first, what I have called “Autocratic Political Leadership”, associated with the figures of Hugo Chávez and Nicolás Maduro; second, the existence of certain “(Geo)politics of Fear”, associating Venezuela’s political and trade relations with countries worldwide included in the “Axis of Evil”. The main conclusion reached is that the media, as part of the strategy of large capitalist monopolistic conglomerates, constructs its discourse by implementing a Culture of Fear that portrays Venezuela, especially its Bolivarian political figures, as a country to be feared and whose policies should be avoided.

Palabras clave | Keywords

Medios de información, Estados Unidos, Venezuela, estudios culturales, política internacional, relaciones internacionales.

Information media, USA, Venezuela, cultural studies, international politics, international relations.



1. Introducción

En tiempos recientes, el fenómeno de la ‘cultura del miedo’ ha cobrado relevancia para pensar, entre otras cosas, algunos acontecimientos de la política internacional, que impactan en la percepción común y ansiedad de las personas, que construyen la sociedad y cambian la manera en que estas se relacionan. En 1996, Noam Chomsky utiliza por primera vez el término cultura del miedo, y lo hace, precisamente, para describir una instancia de injerencia de Estados Unidos en América Latina, en especial en Colombia. En ese momento, el país sudamericano recibía grandes volúmenes de armamentos para —supuestamente— combatir el narcotráfico y el terrorismo; no obstante, Chomsky identifica que las principales víctimas de los ataques fueron los campesinos, militantes de izquierda, organizaciones sociales, dirigentes sindicales, activistas de derechos humanos, entre otros actores sociales. Esto pone en evidencia, según el autor, que la participación de las fuerzas armadas estadounidenses en Colombia estuvo orientada a establecer un esquema de miedo y terror hacia la población.

Resulta entonces paradigmático, que el concepto de cultura del miedo surja en el análisis de un país latinoamericano, región a la que pertenece también Venezuela, que nos interesa en este artículo. A partir de esto, es válido preguntarnos, si la lectura que hizo Chomsky en 1996, está retomándose con fuerza en la actualidad, sobre todo en las dos primeras décadas del siglo XXI. Cabe señalar que, con anterioridad, Noam Chomsky (1992) había escrito El miedo a la democracia, donde puso en evidencia la participación de Estados Unidos en la creación de un ideario anticomunista, durante la Guerra Fría, tendiente a favorecer la creación social de una idea negativa sobre el comunismo, para justificar sus actuaciones en el mundo. Ya en este siglo, y a partir de los atentados del 11-S, el concepto de cultura del miedo vuelve a tomar relevancia, y se retoma como categoría de análisis, particularmente por la utilización que hace Estados Unidos del miedo y la paranoia colectiva. El manejo político que llevó a la intervención en Afganistán e Irak y su justificación, a partir de la lucha contra el terrorismo, son solo algunos ejemplos de esto.

Conforme a lo mencionado, se considera que existen tres momentos críticos relevantes a nivel social y político, acontecidos en Venezuela, en los que aflora la cultura del miedo, a partir de la participación directa o indirecta de Estados Unidos, para favorecer sus intereses en el país bolivariano. El golpe de Estado a Hugo Chávez de 2002 marcó un antes y un después en la política venezolana, cuando se comprobó la participación activa de Estados Unidos y de los medios, que ocultaron y tergiversaron información a los ciudadanos, mientras el presidente Chávez estaba secuestrado (De La Cruz, De Los Santos y Prashad, 2021, Golinger, 2005, Longa y Solana, 2017). Las manifestaciones de comienzos de 2014, a un año de la muerte de Chávez, son las primeras protestas masivas de la oposición a Nicolás Maduro, que marcan el inicio de altos niveles de conflictividad y violencia. La presencia de Estados Unidos financiando a los partidos opositores es clave para entender este momento crítico (De La Cruz, De Los Santos y Prashad, 2021, Navarro, 2017). Por último, las elecciones presidenciales de 2018 fueron un acontecimiento clave de la historia reciente venezolana, primero por la escalada de violencia política e institucional en el país y, segundo, por el posicionamiento de Estados Unidos en consonancia con la Mesa de Unidad Democrática, opositora, que llamó a boicotear las elecciones (Pardo, 2021, Buxton, 2019).

Por otra parte, es importante mencionar que, en los últimos años, se ha visto un aumento en la relevancia que los medios informativos le dan a temas de la política internacional, principalmente por dos motivos: primero, como consecuencia del aumento de las crisis globales actuales, que van de la mano del avance de una restauración conservadora y la consolidación del neoliberalismo; segundo, por el crecimiento de plataformas digitales, que permiten un mayor y más fácil acceso al consumo y producción de información (Ramonet, 2013). Todo esto puede advertirse a nivel local, regional e internacional, donde los medios informativos han ido hacia plataformas digitales y redes sociales, lo que responde a cambios constitutivos en la circulación de datos, en el contexto de una era digital (Diezhandino Nieto, 2008). Es el caso de The New York Times (Estados Unidos) y El País (España) —los medios a analizar—, que en los últimos años han expandido sus horizontes informativos hacia redes sociales como Facebook, X (ex Twitter) e Instagram, y producen y publican gran parte de sus contenidos en sus respectivas plataformas web.

Es importante señalar que, respecto al uso del miedo en los medios, aparecen autores que han teorizado a lo largo de los últimos años: Dammert, 2005, Salazar, 2009, Chacón Quizhpe et al., 2018, Aruguete y Muñiz Muriel, 2008, Amadeo y Aruguete, 2012, 2013, quienes se enfocan en cómo los medios son instrumentos reproductores del miedo, al cual consideran un fenómeno que atraviesa la conformación de ideologías y la consolidación de cierta hegemonía, lo que consideramos significativo como pie para esta investigación.

Como premisa general, el objetivo de esta investigación consiste en analizar los mecanismos de construcción de una cultura del miedo, de Estados Unidos hacia Venezuela, a partir de los discursos de los medios informativos mencionados. Nuestra hipótesis sostiene que Estados Unidos es el principal exponente de la cultura del miedo, en el mundo en general y en América Latina en particular, y que, a través de ciertos mecanismos de reproducción de ideologías como los medios informativos, logra sostener, consolidar y reproducir un sistema propio de ideas.

El giro afectivo, como propuesta de respuesta frente al giro textual, que había dejado de lado el cuerpo y las emociones (Arfuch, 2016), permite pensar que nos encontramos viviendo en sociedades afectivas (Squire, 2001), en donde los medios tienen primacía y en donde se ha configurado una esfera pública emocional, caracterizada por la reproducción de nuevas subjetividades, que han logrado permearse con éxito en la vida política. Así, a finales del siglo XX cobraron auge algunos géneros literarios como las memorias, diarios íntimos, correspondencias, que, llevados al plano mediático del cine, la TV o las artes visuales, se tradujeron en reality shows y talk shows.

En pleno retorno del sujeto en las Ciencias Sociales, en donde las narrativas individuales pasan a ser predominantes, pareciera que estamos más ante subjetividades que ante sujetos, y estas crean su propio espacio biográfico (Arfuch, 2016). Como señala Leonor Arfuch, en la confrontación de los diversos corpus que iban surgiendo, “[…] se fue delineando una perspectiva transdisciplinaria, en la cual el análisis del discurso, la semiótica, la teoría literaria y la crítica cultural se articularon con enfoques psicológicos, sociológicos, psicoanalíticos, en una verdadera ‘conjura’ estética, ética y también política” (2016, p. 247). Entonces, estudiar una emoción como el miedo, en los discursos mediáticos, permite comprender algunos de los fenómenos de la actualidad, a partir de lecturas transdisciplinares.

Desde la historia, Jean Delumeau considera que ha habido un silencio prolongado sobre el papel del miedo en la historia, “sin duda a causa de una confusión mental ampliamente difundida entre miedo y cobardía, valor y temeridad” (Delumeau, 2022, p. 7), lo cual refuerza la necesidad de estudiar este tipo de fenómenos en la actualidad, a modo de reconocimiento de que ese silencio sobre el miedo debe quedar atrás. Este autor entiende que no es lo mismo el miedo individual (más innato, de origen biológico), que el miedo colectivo (culturalmente construido). El término miedo, para Delumeau (2022), en su forma colectiva toma un sentido menos riguroso, pero más amplio que en experiencias individuales y se transforma en un hábito que se tiene, en un grupo humano, de temer a tal o cual amenaza, sea real o imaginaria.

Desde la ciencia política, Corey Robin y Patrick Boucheron han estudiado el uso que se da al miedo como herramienta política. Robin (2009) entiende que, luego del atentado del 11-S, el miedo al terrorismo ha sido orquestado y manipulado por agentes poderosos, con el objetivo de reorganizar la estructura de poder de la sociedad estadounidense, y tiene claridad sobre el origen de esto: “En política no se puede plantear la cuestión del miedo sin considerar la manera en la que las instituciones dominantes —ya sean sociales, culturales o ideológicas— estructuran este miedo ante los individuos” (Boucheron y Robin, 2016, p. 47).

Desde los estudios culturales, Fredric Jameson nos encamina a pensar sobre la sociedad en la cual vivimos y es categórico al afirmar que la cultura posmoderna es definitivamente estadounidense, y que estamos ante una configuración de la esfera cultural, que responde a las formas estéticas y culturales de ese país:

Toda esta cultura posmoderna, que podríamos llamar estadounidense, es la expresión interna y superestructural de toda una nueva ola de dominación militar y económica norteamericana de dimensiones mundiales: en este sentido, como en toda la historia de las clases sociales, el trasfondo de la cultura lo constituye la sangre, la tortura, la muerte y el horror. (Jameson, 1995, p. 19)

Los medios informativos y la evolución tecnológica son fenómenos que han generado nuevas formas de percepción del mundo, particularmente la representación de los espacios, no solo físicos sino también cognitivos. La noción de achicamiento de los terrenos del mundo, y por ende de las distancias físicas, ha sido una característica básica del proceso que se denomina globalización (Jameson, 1995).

Desde los estudios de la comunicación, tenemos en cuenta los aportes de Dênis de Moraes (2013), quien critica la fuerte concentración monopólica del sistema mediático. Para el autor, “la retórica poco convincente de las corporaciones mediáticas a favor de la ‘libertad de expresión’ […] oculta el deseo asumido pero no declarado de hacer prevalecer la libertad de empresa sobre las aspiraciones colectivas” (p. 14), lo que motiva a que el sistema mediático desempeñe un doble rol estratégico: por un lado, como agente discursivo de la globalización y el neoliberalismo; por otro lado, como agente económico, ya que factura en todo el mundo una masa de millones y millones de dólares, con participaciones cruzadas en negocios de telecomunicaciones, informática y audiovisual (De Moraes, 2013). Y, finalmente, es importante mencionar como antecedentes, las investigaciones de Arantxa Tirado Sánchez (2019) y Fernando Casado (2015), quienes, desde una perspectiva contrahegemónica, han analizado agresiones mediáticas, mentiras y mitos construidos en torno a los discursos sobre Venezuela y la Revolución Bolivariana.

2. Metodología

La propuesta metodológica de este trabajo presenta el análisis del discurso, como herramienta para desmontar convenciones históricas impuestas sobre el orden mundial actual y detectar ciertas marcas ideológicas, en las producciones de los medios de circulación masiva, relativas a la situación venezolana. Como sostiene Voloshinov (1976), la realidad concreta del lenguaje no consiste específicamente en el sistema abstracto de formas lingüísticas ni tampoco en “enunciados monologales aislados” (p. 92), ni mucho menos se refiere al acto psicológico y físico de su realización, sino más bien al acontecimiento social que se da en la interacción discursiva, y que se lleva a cabo a partir de la enunciación para plasmarse en enunciados. Las estructuras de los enunciados son meramente sociológicas y no existen como actos discursivos individuales. El enunciado, como unidad de análisis diferente a la oración (que responde a un orden gramatical), está delimitado por el cambio de sujetos discursivos, lo que permite una mayor flexibilidad a la hora del análisis. Además, aparece como totalidad orgánica, determinada por la intencionalidad discursiva de los hablantes y tiene la capacidad para agotar el sentido de su objeto. El discurso, como praxis, es parte de lo ético y lo ideológico, por ende, es social, cultural e histórico. Retomando a Voloshinov (1976), el signo, como materia de enunciación, es ideológico, por lo que el sentido de las palabras está dado por su contexto; dicho de otra manera, está determinado por el instante y el momento histórico al que pertenece.

La selección del corpus de análisis tuvo tres etapas, que formaron parte de una investigación de mayor alcance. La primera constó de la lectura de 186 artículos de The New York Times y El País, durante los meses en que ocurrieron los hechos sociales a analizar (abril de 2002, febrero de 2014 y mayo de 2018). Se tomaron en cuenta un total de 29 categorías de pertinencia, especialmente seleccionadas para identificar tópicos sobre los hechos y actores sociales involucrados. Entre ellas, se destacan principalmente: Venezuela, Estados Unidos, Chávez, Maduro, golpe de Estado, petróleo, socialismo, Estado, rebelión, medios, ideologías (derecha/izquierda), entre otras. Los artículos debían contener estos temas en interrelación, para ser seleccionados. No se trató de una lista exhaustiva ni excluyente, sino que debían incluir de modo explícito o implícito referencias a los significantes, por lo que no era necesario que apareciera o no tales o cuales palabras, sino más bien que aparecieran nudos de significación asociados a ellas.

La segunda etapa propuso delimitar el corpus a partir de dimensiones temáticas que debían cumplir. Estas fueron: identidades políticas territoriales, individuales y colectivas; valores, justicia y democracia; experticia política. Las cinco dimensiones intentaron ser un tamiz por donde pasaron los artículos seleccionados y, además, todas pudieron ser pensadas y vinculadas con la cultura del miedo, que es lo fundamental en la presente investigación. En esta etapa se obtuvo un total de 89 artículos, por lo que, para continuar delimitando más en detalle el corpus, se realizó un recorte temporal más fino, que incluyó directamente los días previos y posteriores a cada uno de los hechos sociales acontecidos. Esto dio como resultado un total de 53 artículos como corpus definitivo, según el siguiente detalle:


Tabla 1. Distribución de artículos según medio y periodo

Medio

2002

2014

2018

Subtotal por medios

El País

11

16

5

32

The New York Times

14

4

3

21

Subtotal por periodo

25

20

8

53

Fuente: Elaboración propia.

3. Análisis y resultados

Entre los hallazgos más importantes de esta investigación, aparecen dos categorías emergentes (gráfico 1): primera, la que he denominado “liderazgo político autocrático”, asociado a los referentes del gobierno venezolano; segunda, la existencia de ciertas “(geo)políticas del miedo”, que asocian las relaciones políticas y comerciales de Venezuela con los países del mundo, incluidos dentro del “eje del Mal”. A continuación, se presenta el análisis de las dos categorías, con la aclaración de que los artículos referenciados pueden verse en el Anexo.


Gráfico 1. Hallazgos de investigación


Fuente: Elaboración propia.

3.1. El liderazgo político-autocrático de Chávez y Maduro

Entre los 53 artículos que conforman el corpus, pueden identificarse distintos ideologemas, que presentan a las figuras de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, indistintamente, como presidentes que llevan adelante no solo políticas de tinte populista sino también prácticas autocráticas, que promueven el debilitamiento de la institucionalidad democrática, el avasallamiento de los derechos de los líderes políticos de la oposición y la gestión autoritaria de gobierno por encima del resto de las instituciones. En las noticias analizadas, Chávez y Maduro aparecen como individuos violentos, que siempre amenazan, acusan o atacan a sus interlocutores políticos. También reprimen a manifestantes, desafían a los otros poderes del Estado, mienten, cancelan a la oposición, entre muchas otras situaciones, que conforman una imagen de líderes autocráticos, despóticos, tiranos y hasta dictadores.

En términos conceptuales, la autocracia podría considerarse como un régimen de gobierno no democrático, o incluso puede presentarse como antítesis de la democracia. En palabras de Giovanni Sartori, la autocracia “apunta directamente a un principio constitutivo: el método de creación de los detentadores del poder en relación con la base de legitimidad del poder” (1988, p. 258). Entonces, la entiende como una investidura de sí mismo, en donde la persona se autoproclama jefa de sí misma y se siente y actúa por encima del resto. Para distinguir este liderazgo de las corrientes que hablan de liderazgo empresarial y de gestión de personas en una organización, se denomina aquí “liderazgo político autocrático” a esta categoría, cuyos aspectos principales se dan, de variadas maneras, en las figuras de Chávez y Maduro.

Las acciones que realizan estos líderes son catalogadas negativamente, y se construye la idea de una afrenta permanente hacia un enemigo al que atacan desde su lugar de autócratas. Aquí se menciona, indistintamente, a las figuras de Chávez y Maduro, pues se encuentra distinciones en las formaciones discursivas, elaboradas de un personaje con respecto al otro. De manera alternativa, Chávez habla “en tono desafiante”, es un “populista de estilo autoritario” (artículo n.º 34) y un “aprendiz de dictador” (artículo n.º 1), mientras que Maduro “acusa” al expresidente colombiano Álvaro Uribe (artículo n.º 9), “obliga a los comercios a vender a punta de bayoneta” (artículo n.º 10) durante un paro, o “se desprende de responsabilidades” (artículo n.º 13) por la falta de agua. Nunca las dos figuras son presentadas, accionando en el marco de un Estado de derecho; por el contrario, se las presenta direccionando sus políticas hacia un Estado falto de democracia e institucionalidad.

La alusión autocrática es utilizada en varias ocasiones por The New York Times; por ejemplo, cuando este diario presenta las palabras de un General del Ejército venezolano, llamado Néstor González González, quien “acusa a Chávez de brindar apoyo a rebeldes de izquierda en la vecina Colombia y de gobernar como un autócrata” (artículo n.º 33). Sin embargo, este medio se apropia de la descripción del militar y la utiliza con frecuencia, a partir de ese día y en los posteriores al golpe de Estado, por ejemplo, cuando hace alusión a que los “trabajadores de cuello blanco lo ven [a Chávez] como un autócrata de izquierda” (artículo n.º 33); cuando lo reconoce como “un populista de estilo autocrático que puso a toda Venezuela en su contra” (artículo n.º 34); o cuando, unos días después del regreso del presidente a sus funciones, argumenta que el motivo de las manifestaciones en las calles fue “en oposición a su gobierno autocrático” (artículo n.º 42).

De esta manera, se va conformando una formación ideológica, que supone la existencia de conductas individuales que atentan contra la democracia, desafían el orden establecido y sitúan a estos líderes políticos como autócratas, que violentan a otras personas y a las instituciones. De hecho, un caso paradigmático es el editorial que publica el diario El País, el 11 de abril de 2002. En el artículo titulado Golpe a un caudillo (artículo n.º 2), El País califica a Chávez como un “caudillo errático”, quien tuvo que “recibir un empujón”, para finalmente ser echado mediante la única opción posible que fue el golpe de Estado. Al plantearlo como un “exgolpista que ganó legítimamente las elecciones”, pero inmediatamente después indica que utilizó su lugar en el poder para convertirse en un “autócrata peligroso para su país y para el resto del mundo”, se pretende anularlo como mandatario legítimo, debido a su comportamiento “autoritario”, cuyo uso del poder es “abusivo”. Chávez encarna la figura de un tirano que “atacó a los medios de comunicación” y “amenazó con nacionalizar las cadenas privadas de televisión”, por lo que tenía prácticamente merecido y justificado su destino. Este artículo editorial es un ejemplo pertinente para reconocer cómo la noción de liderazgo autocrático tiende puentes de diálogo con esa cultura del miedo que aflora de los enunciados —especialmente aquellos orientados hacia dos figuras individuales, pero de gran peso institucional como las de Chávez y Maduro—, a través de una fuerte intensidad y presencia emocional del miedo.

Pero también, se les atribuye otras características. Ya en 2014, el medio español publica un artículo de opinión (artículo n.º 24), de Paulina Gamus (miembro de la Cámara de Diputados de Venezuela entre 1993 y 1998 por el partido Acción Democrática), quien denuesta a Maduro por contar con un “escaso vocabulario”, en el cual solo entran las palabras “golpe y fascismo” y, directamente, lo trata de “insuficiente”. Mientras que, en otro momento, a raíz de las críticas de Estados Unidos, por la decisión de Maduro de expulsar a tres diplomáticos acusados de colaborar en actos de violencia en las protestas, trata al presidente como “falto de seriedad”. Aquí predomina una formación discursiva, que considera al mandatario como una figura que no está formada para el puesto que representa y que, por consiguiente, no debería estar al mando del país. Lo mismo sucede con la calificación sobre Chávez del The New York Times, a quien se lo adjetiva en varias ocasiones con el término inglés “mercurial” (artículos n.º 34 y n.º 35), lo que puede traducirse al español como una persona de comportamiento y temperamento impredecible, algo no esperado de una persona cuyo rol es el de presidir un Estado. Otro elemento que aparece, es el de calificar a los discursos de Chávez como “incoherentes” (artículos n.º 36 y n.º 39), y a sus actos como “imprudentes” (artículo n.º 38) o “demagógicos” (artículo n.º 42).

Pero esto no queda allí, ya que Paulina Gamus también trata a Maduro de fascista y de mentiroso, tomando sus actitudes como si fuesen continuidades de lo que era Chávez, como lo afirma: “Por si cabían dudas acerca de la vocación fascista del régimen que Nicolás Maduro heredó de Hugo Chávez con fascismo incluido, los últimos acontecimientos la ratifican de manera indubitable: la manipulación mediante la mentira sistemática” (artículo n.º 24). Los términos relacionados con el fascismo llevan directamente a la característica represiva que los medios analizados construyen sobre estos actores. Según lo identificado en el corpus, ambos son responsables de las órdenes para reprimir a su propio pueblo. El cierre de una noticia (artículo n.º 3), publicada en El País el día del golpe de Estado a Hugo Chávez, dice:

Fue necesario sacrificar varias vidas para que dejara el cargo [Chávez], del cual sale con las manos manchadas de sangre. Ya no puede lucir su imagen glorificada de mártir o ‘víctima’ de la oposición, sino de asesino, como se lo echaron en cara sus compañeros de armas.

La cita es elocuente, ya que integra no sólo la noción de que es un “asesino” que se va “con las manos manchadas de sangre”, reprimiendo a su pueblo, sino que, también, lleva a la caída de esa figura heroica y glorificada que pregonaba. Si bien la imagen de Maduro nunca estuvo en las mismas consideraciones que la de Chávez, el tratamiento que realizan los medios analizados en el corpus, prácticamente los unifican. En la cuestión represiva es donde más se observa, porque, si bien suelen hacer referencia a Maduro como sucesor o como quien retoma el legado del fallecido líder bolivariano, a la hora de conformar enunciados sobre el carácter represivo de ambos líderes, prácticamente no se establecen diferencias.

Esto está presente en buena parte del corpus, donde se presenta a Chávez y Maduro, como represores que atentan contra la ciudadanía, ya sea tomando la decisión de reprimir a “manifestantes pacíficos” (artículo n.º 37), o directamente no haciendo nada para evitar que las fuerzas represivas del Estado abusen de su poder en las calles. Aparecen nociones sobre que “la democracia venezolana ya no está amenazada por un posible dictador” (artículo n.º 37), cuando estaba consumado el golpe del 11 de abril de 2002, o que “seguidores armados de Chávez dispararon contra huelguistas pacíficos, matando al menos a 14 e hiriendo a otros cientos” (artículo n.º 37). Incluso El País agrega: “Maduro […] está utilizando esas muertes, la crispación y el creciente malestar contra su gestión para multiplicar la represión” (artículo n.º 19). Además, en la nota de Ludmila Vinogradoff (artículo n.º 3),
aparecen varias alusiones a esto. Allí se indica que un general aseguró que Chávez “ordenó disparar contra los manifestantes”, o que, como cuerpo especial, los militares “se opusieron y desobedecieron su orden de utilizar la fuerza armada para reprimir al pueblo”.

Con todo esto, se puede inferir, que los medios ubican a los dos dentro de una misma o similar intensidad del miedo. La represión los iguala, los pone en una misma línea discursiva y el discurso de los medios los une, para la construcción de los miedos colectivos a los que refiere Delumeau (2022). No se trata de miedos reflejos o inmotivados sino más bien de miedos motivados, elaborados, construidos por esa gran maquinaria oligopólica mediática que, con sus intereses, busca de alguna manera atemorizar a la población venezolana y, por qué no, a la comunidad internacional.

En resumen, se ha identificado tres características que aparecen fuertemente en la construcción de Chávez y Maduro. La primera consiste en cierta incapacidad para gobernar por parte de los líderes políticos autocráticos, que está representada por su vocabulario incompleto, su falta de preparación para el cargo, su origen ideológico o su situación emocional (recordemos, particularmente, la calificación de mercurial). La segunda tiene que ver con su discurso, que siempre aparece como exacerbado, violento para con los demás actores sociales que intervienen en la arena pública. La tercera consolida la figura de los líderes en su manifestación práctica y concisa de la represión: son líderes que atentan contra el pueblo, que usan las fuerzas represivas del Estado para controlar, disuadir y eliminar manifestaciones y líderes opositores.

3.2 La (geo)política del miedo

El miedo político es un concepto que surge de los aportes de Patrick Boucheron y Corey Robin (2016), quienes consideran que, en política, no puede hablarse del miedo sin pensar en el rol de las instituciones (políticas, ideológicas y culturales). Aquí, en el análisis del corpus, hay elementos que llevan a interpretar que, efectivamente, hay una construcción de un miedo político por parte de los medios analizados. Sin embargo, hay un aliciente: ese miedo construido está atravesado por otra categoría que es necesario recuperar: la geopolítica. Es decir, más que un miedo político, lo que construyen los medios es un miedo (geo)político, creado a partir de la imagen de cómo está configurado el escenario internacional, cuáles son sus referentes, qué países son considerados con mayor o menor valoración, cuáles pueden ser considerados Estados fallidos; en resumen, estamos ante la construcción de estereotipos sobre los diferentes países, sus vinculaciones territoriales, geopolíticas o de integración regional.

La aparición de ciertos ideologemas y construcciones, que ocultan una ideología atravesada por el mapa geopolítico del escenario internacional, resulta fundamental en el presente análisis. Existen elementos para identificar el posicionamiento ideológico y de clase de los medios analizados, a partir de las construcciones que hacen sobre los diversos países que nombran y las formas de representarlos. Las figuras de países como Venezuela, Bolivia, Cuba, Rusia o Nicaragua, aparecen con todo un bagaje oculto detrás, al que se asocian o “pegan” (en términos de Ahmed, 2015, p. 145), construcciones ideológicas que buscan catalogarlos ya sea como estados fallidos o como países comunistas, socialistas o populistas.

Puede verse una asociación entre las nociones de “bien” y “mal”, conforme a lo utilizado por George W. Bush luego del 11-S, durante un discurso sobre el estado de la Unión, del 29 de enero de 2002, en donde estableció un “eje del mal”, que dividió al mundo entre países que están del lado del “bien”, como Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea, y los que están del lado del “mal, como Irak, Irán, Afganistán, Corea del Norte, Libia, Siria o Cuba, entre otros. En las noticias que integran el corpus, aparecen menciones a algunos de los países indicados, rodeados de cierta carga ideológica que asocia a los gobiernos latinoamericanos denominados populistas, como la propia Venezuela con Chávez primero y Maduro después, o como Bolivia cuando era gobernada por Evo Morales.

En este sentido, un primer elemento que se encuentra es la vinculación de Venezuela con la guerrilla colombiana, ya sea mediante un apoyo tácito o simbólico por parte de sus gobernantes, o directamente en el aporte económico y financiación de sus actividades. En El País se hace referencia a esta situación, por ejemplo, al presentar la ineficiencia de Chávez, a la hora de analizar el mundo post 11-S. En el artículo ya mencionado (n.º 2): Golpe a un caudillo, publicado el día del golpe de 2002, se indica: “[Chávez] evitó condenar los atentados de Nueva York y el Pentágono, viajó a Bagdad para expresar su apoyo de Sadam Hussein, apoyó la guerrilla colombiana de las FARC, estrechó sus relaciones con Castro y acogió a Montesinos”. Mientras que The New York Times también trae este elemento, al indicar que Chávez generó problemas en su país vecino, “al ayudar a las guerrillas de izquierda” (artículo n.º 42).

Un segundo elemento que aparece, es el tipo de alianzas estratégicas que realiza Venezuela en el escenario internacional. En buena parte del corpus analizado, se muestra de manera marcada la vinculación política y de integración que tiene Venezuela, con aquellos socios que no se corresponden con lo que Estados Unidos (o la Unión Europea) consideran válido o correcto. De esta manera, aparecen críticas por el acercamiento de Venezuela a países como Rusia, Irán, Libia, Bolivia o Nicaragua. Aquí puede verse que los medios analizados ni siquiera tienen la necesidad de explicar por qué motivos sería incorrecto aliarse con dichos países, dado que, con el solo hecho de nombrarlos, ya implicaría una visión negativa de la situación. De lo contrario, ¿cuáles serían los motivos para nombrar a un país específico, sino el de asociarlos directamente? Así construyen la idea de que todo acuerdo bilateral o multilateral venezolano, va a ser con enemigos de la civilización occidental, con comunistas, asesinos, torturadores, con dictaduras sangrientas y con países con los cuales es mejor no tener ningún tipo de trato.

Todo esto que se ha comentado, aparece en diversos momentos del corpus; por ejemplo, sobre el golpe de Estado ocurrido en 2002, cuando El País se encarga de asegurar la vinculación entre el gobierno venezolano y Cuba, a partir de la publicación de la noticia de que fue el gobierno cubano el primero en reconocer como golpe lo sucedido el 14 de abril y de que también fue el primero en indicar, “que solo reconocía a Chávez como presidente constitucional” (artículo n.º 8). Pero no solo este medio construye esta forma ideológica con las alianzas venezolanas, ya que en el medio estadounidense The New York Times aparecen múltiples ejemplos que ponen de relieve esta cuestión, como cuando este diario afirma que Chávez “conquistó a Fidel Castro y a Saddam Hussein” (artículo n.º 37), ni bien llegó al gobierno en 1999 y que “formó estrechos lazos con líderes mundiales desagradables para Estados Unidos […] y en agosto de 2000 visitó países como Libia e Irak” (artículo n.º 39). Nuevamente aparecen aquí las nociones del bien y el mal y, el parámetro acerca del lado que están unos y de qué lado están otros, lo define ni más ni menos que Estados Unidos o su brazo hegemónico discursivo, expresado en el discurso mediático.

Un tercer elemento que surge del corpus, se vincula con las relaciones tensas entre Venezuela y otros Estados u organismos internacionales. Encontramos distintas formaciones ideológicas que refractan un permanente ataque, por parte del gobierno venezolano hacia organismos internacionales, como la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE) o incluso con el propio Estados Unidos. Esto pone nuevamente a Venezuela en el lugar de un Estado que promueve el conflicto y que no abona al supuesto consenso democrático y político, propuesto por sus interlocutores institucionales. En este sentido, observamos varias construcciones estereotipadas sobre la figura de Venezuela. Aparecen frases que aluden a que Maduro, postriunfo, en las elecciones presidenciales de 2018, recurre a “la habitual retórica del amigo exterior” y que hacen prefigurar “un aumento del aislamiento internacional del país” (artículo n.º 40). Pero la noticia que más llama la atención es aquella publicada el 12 de abril en El País (artículo n.º 3), ni bien consumado el golpe de Estado contra Hugo Chávez. El medio recupera un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, en donde se recomienda no viajar a Venezuela en pleno conflicto y una serie de sugerencias para los españoles en tierra bolivariana, a quienes se les indica: no tomar el colectivo durante horarios nocturnos, solo viajar en taxis identificados y no usar los colectivos llamados ‘camionetas’, indicando que los índices de criminalidad de Venezuela son de los más altos del mundo.

Dentro de los tres aspectos que pude identificar para esta categoría (asociación con la guerrilla colombiana, alianzas estratégicas con países comunistas y tensión con organismos internacionales), podemos advertir una intensidad del miedo, que pareciera menor a la que se construye a partir de las figuras de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. En el apartado anterior, cuando analizamos el carácter de líderes políticos autocráticos, que los medios elaboran sobre ellos, se puede ver una intensidad mucho mayor, en niveles discursivos por encima de los que aparecen en la categoría actual que, si bien tiene algunas características sobre la vinculación con gobiernos autoritarios o antidemocráticos y una crítica a la construcción de alianzas en el orden mundial, esta resulta bastante menos intensa que la que se aplica a las figuras individuales.

4. Conclusiones

Encontramos un hilo conductor que une a las dos categorías presentadas. Se trata de la cultura del miedo, expresada con mayor o menor intensidad, pero estando siempre presente. Una primera aproximación a esto es la existencia de formaciones ideológicas, que presentan a todo lo relacionado con Venezuela, en su faceta bolivariana, populista o de izquierda, como peligroso, política e ideológicamente errado. Se trata de una construcción recurrente de los discursos que analizamos. Las materialidades discursivas analizadas presentan un halo casi terrorífico, de lo que significa la expansión de este cúmulo de ideas en el mundo. Desde presentar a los líderes como autoritarios, corruptos, violentos, inadaptados o ineptos para su función o directamente calificando las alianzas geopolíticas venezolanas como inútiles o nulas. El corpus analizado invita a caer en las garras de un miedo paralizante, de un miedo capaz de lograr que, en cualquier conversación de la vida cotidiana, aparezca la noción de que, si continuamos con decisiones desacertadas en política económica, “vamos camino a ser Venezuela”. En este sentido, la palabra Venezuela, ha sufrido una serie de construcciones ideológicas tendientes a demonizar no solo a figuras como Chávez o Maduro, sino más bien a un todo, que incluye políticas de Estado inclusivas, discursos cercanos al socialismo, alianzas con potencias u otros Estados no occidentales; en definitiva, a una o varias ideas que, de alguna manera, se relacionan con las luchas socialistas o comunistas del siglo XX. No es casual que la demonización de Chávez sea tan explícita, cuando ha sido un líder que ha reivindicado las ideas de la Revolución Cubana, que ha mantenido alianzas estratégicas con Cuba desde un primer momento, que tiene relación con países como Rusia, Nicaragua, Libia o Irán. Estamos ante una evidencia discursiva sobre cómo la cultura del miedo se refracta en el discurso —en este caso el mediático—, y crea realidades e ideas, asocia múltiples significados con diversos significantes, nos dice a las y los lectores, o consumidores de medios, qué cosas están bien y qué cosas están mal, cómo debemos actuar, de qué debemos hablar. Cargan de ideología las palabras, las dotan de sentidos que no son para nada casuales, sino elegidos minuciosamente con toda una trama de necesidades que responden a la economía y al libre mercado.

Aquí es donde aparece la importancia de la propiedad de los medios. Se llaman medios, pero no lo son, sino elaboradores y constructores de discursos, creadores de palabras, ideas y sentidos sobre la vida y sobre la política. La gran concentración mediática, a la que se alude en este trabajo, es un fenómeno que no puede eludirse al analizar este tipo de discursos mediáticos que, en este caso, tienden a reproducir una lógica de miedo hacia ciertos objetos. Cuando se habla de objetos, no nos referimos precisamente a elementos físicos materiales, sino a personas, políticas, ideas, países, entre otros. Esa pegajosidad de la que habla Sara Ahmed (2015), se construye a partir de la circulación masiva de discursos, en la que el rol de los medios resulta paradigmático.

Los enunciados reproducen el posicionamiento de los medios, que responde a intereses empresariales y asociados a las lógicas del mercado y el capitalismo financiero transnacional. El rol de los Estados Unidos como país, pero particularmente como promotor político, ideológico y cultural de los valores y esencia del capitalismo y la libertad, se pone en evidencia en las dos categorías emergentes del corpus presentado: en el liderazgo político autocrático, por el hecho de calificar a los mandatarios como violentos, corruptos e ineptos para su cargo; en la (geo)política del miedo, por asociar todas las alianzas posibles de Venezuela en el mundo con el “eje del mal”, caracterizado por el apoyo al terrorismo, la corrupción, el comunismo, las dictaduras y la falta de libertad.

Retomando la pregunta que orientaba el presente artículo, podría pensarse si es solo Estados Unidos, en tanto actor internacional, el que puede entenderse como una unidad política, que en todas sus dimensiones lleva adelante la decisión de promover esa cultura del miedo hacia Venezuela, en términos de política de Estado. O si, por el contrario, podría pensarse que Estados Unidos forma parte de un entramado mucho más complejo, en el cual florecen las tensiones y disputas internas y que responden a líneas político-ideológicas diferentes. Además, entendemos que esto también se vincula con la propiedad de los medios: el sistema mediático está sumamente globalizado y, si bien se encuentra en pocas manos, no sería del todo apropiado atribuir esa propiedad estrictamente a los Estados Unidos. Entonces, lo que sí se podría afirmar es que los medios, al estar en pocas manos y pertenecer a grandes conglomerados empresariales, responden a intereses fuertemente capitalistas, y terminan abonando la construcción de discursos de circulación masiva, alineados con los intereses hegemónicos, ya no de Estados Unidos, sino de las propias lógicas del mercado. Así, se puede advertir que las empresas mediáticas propician discursos favorables a los sectores más poderosos de la economía, como lo pueden ser la industria militar, la farmacéutica, la agrícola, la petrolera, entre muchas otras. Todo esto sin desconocer la presencia ineludible de la cultura popular estadounidense a lo largo de todo el globo, que procura diseminar valores, creencias, formas de pensar e ideas relacionadas con las categorías del american dream o el self-made man.

Otra de las ideas a las que hemos arribado, tienen que ver con las lecturas que realizaron los medios sobre la política contemporánea de Venezuela. Como puede verse, se ha tratado de una serie de operaciones ideológicas, que han puesto a Venezuela —particularmente en su versión chavista, bolivariana o populista—, como una especie de chivo expiatorio de los males que ocurren en el escenario internacional y puertas adentro de su propio país. Sin distinción de tiempo ni lugar, las construcciones discursivas recurrentes apuntan a una caracterización con tintes negativos sobre las figuras de Chávez y Maduro en particular, y sobre las políticas de Estado, alianzas estratégicas y formas de gobierno en general (ver gráfico 1). La cultura del miedo aflora aquí como una estrategia fundamental de los medios, en los tres hechos sociales analizados.

Esto nos lleva a una de las preguntas fundamentales que surgen de esta suerte de conclusiones —siempre provisorias—: si hay una cultura del miedo, por parte de lo que podríamos llamar Occidente o Estados Unidos, o capitalismo, que ejerce sobre un país en particular como lo es Venezuela… ¿a qué se le tiene miedo verdaderamente? ¿Qué hace o qué tiene Venezuela para que exista este tipo de construcciones discursivas en su contra? ¿Por qué Venezuela y no Colombia, Ecuador o Perú? ¿Cuál es el verdadero trasfondo del despliegue de una cultura del miedo sobre Venezuela? Sin ánimo de pensar que contamos con una respuesta concreta a estos interrogantes, nos animamos a afirmar que, detrás de todo esto, aparecen resabios de la Guerra Fría, que nunca terminaron de irse ni de renovarse, algo así como efectos residuales de la lucha capitalismo frente a comunismo, que se sigue reflejando hoy, a más de 30 años de la caída del muro de Berlín y la implosión soviética. Pensamos en esto, básicamente por las recurrencias discursivas del corpus, en cuanto a lo considerado bueno o malo, correcto o incorrecto y que siempre tiene que ver con los valores occidentales capitalistas de la libertad y el mercado, en contraposición con los valores soviéticos comunistas, asociados, siempre desde Occidente, con la corrupción, la violencia política, el autoritarismo y la falta de libertades individuales.

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